miércoles, 4 de enero de 2012

Poesía e historia. Una mirada sobre la Revolución cubana

Enrique Ubieta Gómez
Se ha cumplido un nuevo aniversario de la Revolución y quiero compartir con ustedes este fragmento de una larga entrevista que el maestro Cintio Vitier me concediera en 1998 para la revista Contracorriente. Hablábamos en aquella ocasión sobre la manera en que los poetas reunidos en la revista Orígenes concebían la relación entre poesía e historia.

¿La justicia siempre será el horizonte inalcanzable?
Lo importante es que siempre haya un horizonte. Eso es lo que el hombre necesita. Es verdad que puede resultar angustioso en determinadas épocas esa especie de tantalismo: algo que está ahí, pero que no se llega a tocar. Pero lo que sería terrible es carecer de horizonte, que era lo que nos pasaba a nosotros antes de la Revolución. (...) Pienso que la historia, como los poemas, está hecha de una combinación de éxtasis y discurso. Esta idea está en la Poética que yo escribí hace algunos años; allí digo aludiendo a una frase muy inteligente de Valery, quien dice que un poema no está hecho de cien instantes divinos de poesía, sino de un discurso que parte de un instante divino, porque hay un momento en el que el tiempo se suspende, que es el instante de poesía, pero ese instante hay que decirlo y hay que decirlo en el tiempo, en un discurso. Pienso que eso le pasa también a la historia. Enero de 1959 fue el éxtasis de la historia, sin ánimo religioso, éxtasis en el sentido de suspensión del tiempo: pareció que se producía una visión, ya no una metáfora o una imagen, sino una visión de algo que se realiza y que parecía imposible. A lo que Orígenes se había adelantado en Cuba. Aunque ya venía andando desde Casal y desde Martí, que dijo que lo imposible es posible, que los locos somos cuerdos. Pero lo cierto es que el imposible aquel de pronto se hace posible, cuando entra en La Habana un ejército de campesinos. Si eso no es poesía, yo no sé lo que es. Ahí sí que la poesía y la historia se fundieron absolutamente. Y el que vio eso  --algo muy difícil de trasmitir a los más jóvenes-- nunca lo olvida. Un momento que ni Martí ni nadie pudo ver, ni Céspedes, ni Agramonte, ni Maceo, ni Gómez, ni Mella, ni Rubén, ni nadie. Nos lo regalaron a nosotros, ¡lo vimos! Fuimos testigos de esa visión en que la historia se puso del lado del bien de forma absoluta. Eso no puede olvidarse.
Después viene la sucesión y con ella los problemas del tiempo, de la época, los problemas ideológicos, los aciertos y los errores. Ese es el discurso, donde el poeta a veces falla y a veces acierta. El poeta en este caso para mí es el proceso revolucionario. Pero sí creo que esa dirección cargada de valores positivos  --lo que se estaba jugando era la poesía de la justicia, la poesía ética, la poesía de la ética y la ética de la poesía--, no obstante todos los descalabros, esa dirección hacia un horizonte, pienso yo, cada vez más prometedor está vigente.

Los poemas tienen un fin, ¿el éxtasis de una Revolución hecho discurso tiene un fin?
Es infinito. Una de las condiciones de lo poético es que no termina nunca.

¿Una Revolución puede ser asesinada?
Definitivamente, no creo en esa posibilidad. Puede ser mal herida, muy maltratada, humillada, pero aunque parezcan palabras muy gastadas, sinceramente creo que las aspiraciones de un pueblo son invencibles. Lo que más puede ocurrir es que desaparezca ese pueblo.

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